La sonrisa vacía
Empieza así su análisis: “Yo no sabría mirar a nadie sin fijarme en su sonrisa, aunque fuera de reojo. Todo el mundo tiene una sonrisa. Más bonita, más fea, más amplia o más remetida, pero la tiene. También existe la sonrisa impostada y cínica, como de cliché, pero en esa no voy a detenerme porque forma parte del grupo de muecas rancias. Si quieren saber algo sobre ella, diríjanse al apartado de buenos modales.”
Lo decía, a propósito de esa pregunta que a veces nos hacemos sobre ‘qué es en lo primero que nos fijamos, cuando vemos por primera vez a una persona’. Ya sabemos que los hay quien se fija en los ojos, otros en las manos, la boca, ¡hasta en el culo!, los o las más directos. Para ella, como mujer, lo que más le atrae y ‘define’ la primera impresión, o expresión, es la sonrisa. Una iluminación que empieza en la boca y remata en los ojos. Y completa su análisis con este diagnóstico: “No puede uno estar alegre de nariz para abajo y triste de nariz para arriba. La falta de armonía es propia de diabólicos y desalmados. Gente dual, esquizoide, errónea.”
Todos sabemos en qué ambientes, sobre todo, florecen ese tipo de sonrisas: en el mundo de los líderes políticos, en los personajes que viven cara al público, artistas, deportistas, los vendedores de coches o de audífonos, (sí, no se rían porque podría contar alguna historia)… O sea que la sonrisa fresca, espontánea, natural, no abunda. Aparece, sin embargo, cuando queremos obtener algo de los demás en este mundo del ‘do ut des’. En el caso más descarado, yo te sonrío y tú me das tu voto, por poner un ejemplo; o yo te sonrío y tú te tragas esta trola. Desde que vivimos en y del mundo de la imagen y nos hemos olvidado del mundo del corazón , de la naturalidad, de la sinceridad, no dejamos de ser una sociedad de gestos, de imágenes, de sonrisas de plástico, más bien ‘muecas’, y de engañosos hechos.
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(NOTA DE DOUCE: Otra vez este tío con sus enigmas. Pues a mí, una sonrisa que me gusta mucho, es la sonrisa del barrendero de mi barrio, con su ‘uniforme’ fosforescente, su carrito, su pala, su recogedor y su escoba, siempre silbando mientras barre. Yo me acerco a él para saludarle y de paso para que me acaricie. El sonríe. Una sonrisa de verdad, nada de plástico.)
Comentarios
Un saludo al barrendero de tu barrio, Douce.
La próxima vez que le vea, le saludaré de tu parte. Me gusta, porque silba muy bien, se parece a estos mirlos y ruiseñores que ahora anuncian la primavera.
Es un señorón hecho y derecho, pero de cara bondadosa. Como su sonrisa, que es muy sencilla, pero muy cariñosa.