De visita

CASA-MUSEO DE MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO

Don Peripatético aprovechó que había salido el sol y la mañana se prestaba a dar un paseo para patear por el centro de su ciudad. Recordó que hace pocos días había leído en la prensa que la Casa-Museo de Menéndez y Pelayo había sido restaurada y abierta al público y hacia allí encaminó sus pasos. Pulsó el timbre y una sonrisa amable de señora le abrió la puerta. Preguntó si podía visitar la casa y ante la respuesta afirmativa comenzó la visita, después de unas breves explicaciones de la ‘recepcionista’.

Se hallaba en la planta baja, a la izquierda se encontraba la sala-comedor con sus mesas, sillas, un gran aparador y en el rincón una chimenea de estilo francés. La sala se encontraba cerrada y sólo podía ser vista desde la puerta acristalada. En el exterior, al lado derecho de la puerta, en un panel se podía leer un poco la historia y algunas de las ‘historias’ ocurridas en aquella sala. El aparador, bastante grande, ocupaba toda la pared de la derecha. Según cuenta su hermano Enrique en “Memorias de uno a quien no sucedió nada” fue poco a poco viéndose invadido por los libros de su hermano de modo que no iba quedando sitio para la vajilla, los cubiertos y manteles. El panel recogía también un texto en que Enrique Sánchez Reyes cuenta cómo en un día de invierno en que el hermano y la esposa del polígrafo habían salido para asistir al teatro, quedó nuestro escritor leyendo, como de costumbre, al calor del fuego de la chimenea bien surtida de troncos y el suelo esterado con paja fina para protegerlo de la humedad. En un momento dado, saltó una chispa de un tizón y empezó a quemar la paja. D.Marcelino, absorto en la lectura, no reparó en lo que sucedía a su alrededor hasta que llegó su hermano y vio cómo se encontraba la sala y el lector medio asfixiado. “Tú eres tonto, le dijo, no sé cómo la gente te toma por sabio. Te estabas asfixiando”.

A la derecha de la sala, la escalera nos llevaba a la planta superior. En la pared se podía ver un lienzo de Puerto Chico pintado por Hernando González y enviado desde Cuba a su hermano Enrique. A la derecha del rellano se encontraba el despacho de su hermano Con fotos de amigos como José Mª Pereda, de sus tíos y del propio Enrique con María de Echarte, su segunda esposa. Fotos de tertulianos amigos y de una cena de Navidad que celebraban todos los años, llenaban los muros. En la pared de la izquierda, una gran estantería llena de libros.

En la sala de estar se encontraba la galería central, desde donde, según rezaba el panel informativo, doña Jesusa despedía a su hijo en sus múltiples viajes, mientras él desde el jardín, la saludaba con un ‘adiós, madre’. A un lado, se encontraba la habitación de Enrique Menéndez y Pelayo y en una esquina una mesa con jofaina, palangana y espejo para el aseo.

En la habitación correspondiente al escritor, se podía ver un lecho con dosel para colocar un mosquitero, una lámpara con contrapeso que servía para las lecturas que de M.M.P. hacía todas las noches antes de dormirse. Pila de agua bendita, crucifijo, Bendición papal y un gran cuadro de la Inmaculada, mesita de noche y armario completaban la estancia.

D. Peripatético, tuvo que abreviar la visita porque era la hora de cerrar, pero salió de la casa como si por unos momentos hubiera retrocedido casi un siglo. Recordaba también que en el Instituto donde había trabajado sus últimos veinticinco años, se conservaba como un precioso documento su Expediente académico y su ‘dictado’ de ingreso. Su expediente abarca desde el curso 1866-67 hasta 1870-71, curso en que termina sus estudios secundarios con 14 años.


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