Del faro a otros 'faros'

De nuevo el hombre del pantalón blanco se sintió atraído por el mundo de los faros. Es como si Eduardo Sanz le hubiera contagiado su obsesión y necesitaba de nuevo ver estas torres vigía y guía de navegantes. Quería repasar más despacio los cuadros ,uno a uno, los apuntes tomados a lápiz o a tinta china de paisajes, de fareros y faros.

Ayer , en su visita, echó de menos no tener su propio pincel, su propio papel y lápiz para abocetar sus propias visiones y paisajes. A falta de ello y de la maestría necesaria, se sirvió de sus ojos y lo que tras ellos recoge su cámara. Desde la planta superior del “Centro de Arte” se divisa una hermosa vista de la bahía y otros paisajes, y hasta allí subió y captó, lo mejor que pudo, lo que atraía a su mirada, hasta que la batería , cansada, se agotó.

Se trasladó luego hacia ‘su’ playa, antes de que los visitantes domingueros la hicieran menos acogedora, menos habitable. Al entrar en la finca que rodea la cala observó a un señor, joven, y pensó en su posición de privilegiado. Privilegio de tiempo, privilegio de libertad, privilegio de poderse dedicar a menesteres menos rutinarios que recoger hojas del suelo en un soleado domingo de agosto, cuando los demás descansan. Este operario, la cabeza fija en el suelo, un cubo de goma en su mano izquierda y una especie de “pentadiente” en la otra, iba recogiendo parsimoniosamente papeles, bolsas, hojas, hasta un plato de algún festejo campestre... El paseante sintió una vez más la sensación interior de que este mundo es injusto, como si el referente de Justicia no fuera atributo divino.


Dejó de lado esos pensamientos , que a veces hasta a él mismo se reprocha como si fuera ‘co-culpable’ y bajó hasta la playa. Un barullo especial le llamó enseguida la atención. Eran gritos gozosos de niños y niñas que por primera vez veía en la playa. Le llamó la atención la viveza y la espontaneidad de aquellos gritos , risas, chapoteos que inundaban la playa de otra luz. La luz de la alegría infantil , despreocupada y gozosa. Le sorprendió aquella pequeña invasión de niños y niñas de color, bueno, de negritos y negritas que pasaban por todos los matices desde el negro azabache hasta tonalidades más suaves. Le sonaban muy bien aquellas voces que gritaban en castellano, un castellano perfecto, sin acento ninguno que supusiera que era una lengua aprendida. Aquel “¡al agua patos!” que lanzaba un negrito que no debía tener más de 5 años , era replicado por un “¡al agua patitos!” de una niña, negrita profunda también, como el brillo intenso de sus ojos.

El señor de pantalón blanco sintió curiosidad , se acercó a los dos y les preguntó:
- ¿De dónde sois?
- De Ecuador , respondió el niño.
- ¿Hace mucho tiempo que estáis aquí?
- Hace poco, pero mi mamá hace ya mucho tiempo que está aquí, respondió la niña.
El hombre del pantalón blanco, comprendió que querían seguir su baño y les dejó que fueran al agua y pensó para sí. ¿Cuánto tiempo es ‘hace mucho’, para una niña de cuatro años?

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