El hombre que fue los otros

Tuvieron que pasar algo más de cuarenta años para que aquel probo profesor descubriera el secreto del buen nombre con el que probablemente fuera conocido entre sus compañeros. Lo que quizá éstos ignoraban es que aquella imagen había sido la inmolación cotidiana de sí mismo en aras de ser 'aceptado' por las personas de su entorno.Todo, o casi todo, en su comportamiento, obedecía al miedo de sentirse rechazado por alumnos, padres, compañeros o todos aquellos con los que tenía que convivir,circunstancia ésta que suele ocurrir en ciertos comportamientos considerados 'ejemplares'.

Este mecanismo de protección, inconsciente probablemente para el protagonista de esta 'impostura', hacía, que a pesar de la experiencia en el oficio de enseñar, fruto de los años, se ponía a diario en marcha. Se sentía incapaz de entrar en un aula sin haber preparado minuciosamente las explicaciones, las actividades y demás incidencias que pueden surgir durante una hora clase. Por supuesto, en principio, nada era dejado al azar o a la improvisación, aunque luego el propio discurrir de los acontecimientos sugirieran un cambio de rumbo y horizontes.

Su opción primera frente al complejo mundo de los adolescentes de imprevisibles y, a veces, caprichosas reacciones, era la de la 'seducción'. Sí, seducción en el sentido más amplio y hondo del significado de "embargar o cautivar el ánimo". Era el frágil pero eficaz escudo para protegerse de la posible 'agresión' ajena. Necesitaba sentir el calor de la aceptación, la recompensa de la atención y hasta el precio del afecto. Si no lo conseguía, aunque sólo fuera un pequeño porcentaje el número de los 'no conformes', frecuente por otra parte entre los adolescentes que necesitan de alguna manera 'afirmarse', se sentía fracasado. Era más poderosa la sensación de 'fracaso' que la de la mayoría que lo aceptaba. Se autoinculpaba por no haber podido alcanzar lo imposible, que todo el mundo lo aceptara. Sin duda había en esta reacción un buen porcentaje de orgullo que no conviene a la frágil condición humana.

Tuvo que alcanzar el final de su vida profesional para darse cuenta de que en realidad había vivido para los otros, olvidándose de atender a los que fueran sus auténticos deseos. Quizá no conocía, o no quería conocer, el sentido de la palabra 'alienar', 'enajenar': 'pasar o transmitir a alguien el dominio de algo' que pertenece a cada cual, 'desposeerse, privarse de algo' que nos corresponde por inalienable derecho.

A veces, decía el probo pobre profe, se necesita toda una vida para darse cuenta que hay una parte muy importante de nosotros que hemos dejado que 'vivan' los otros.

(Cuando lo estaba diciendo, alguien le susurró al oído:
- " ¿Y por qué cuentas todo eso? ¿No estarías mejor calladito?"
- " Para qué ¿para hacer caso una vez más a lo que aconsejan los 'vividos'?"
Es hora de equivocarse por su cuenta.)

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Imagen: Exit Ghost
Philip Roth closes the book on his alter-ego, Nathan Zuckerman, in the renowned novelist's latest work, Exit Ghost.

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